jueves, 15 de marzo de 2012

Edad Moderna.

Como ya se ha referido en una anterior entrada; “El origen de los Cortijos de la Campiña”, en las grandes fincas de propiedad señorial de finales del siglo XVII, no existían caseríos, sino ciertas chozas de paja o chamiza[1].


Casa y choza en El Arrecife (La Carlota), hacia 1980.
Foto (BALSERA y ONTIGOSA, 1990).

Ya a finales del siglo XVIII se produce un proceso renovador en el campo andaluz y cordobés en particular, que intenta romper el antiguo régimen señorial. Se produce el repartimiento de las tierras despobladas que existían entre Córdoba y Sevilla, y en Sierra Morena. Todo este fenómeno fue promovido durante el reinado de Carlos III dentro de sus planteamientos reformistas de Ilustración. Así promueve la roturación del “Desierto de la Parrilla” y la puesta  en cultivo de estos territorios baldíos, mediante su repoblación con colonos centroeuropeos. Decreta en Junio de 1761 la construcción de la carretera general de Andalucía por Despeñaperros. De esta manera, necesitaba que el camino dejara de ser ruta preferida para bandidos que se beneficiaban de los extensos campos despoblados. Nacerían así, las denominadas “Nuevas Poblaciones de Andalucía”: La Real Carlota, San Sebastián de los Ballesteros, Fuente Palmera y otras aldeas menores. Inicialmente, los colonos vendrían de Alemania y Flandes; siempre católicos, y bien labradores o artesanos, pagando la Corona a cada uno 326 reales de vellón junto a un lote de tierras, ganados y utensilios, eximiéndoles de pagar tributos durante diez años. La crisis que vivía toda Europa favoreció que también vinieran franceses, suizos e italianos, que tras muchas vicisitudes y altibajos en la repoblación, fueron rápidamente integrados por las medidas que se dictaron en el llamado “Fuero de Población de Andalucía y Sierra Morena”, trabajo elaborado por el Superintendente Olavide. Entre sus artículos, destaca en relación con el asunto que nos interesa, el siguiente: “Los colonos se irán introduciendo en los sitios demarcados para las nuevas poblaciones a medida del número de casas y capacidad de cada término, para que hagan sus chozas o cabañas, y empiecen a descuajar y desmontar el terreno; cuidándose de poner los de una lengua juntos, para que puedan tener Párroco de su idioma por ahora, lo que sería más difícil interpolándose de distintas lenguas”.


Con este reparto de cincuenta fanegas, se trataba de compaginar agricultura y ganadería, en un modelo de producción que permitiera el aprovechamiento intensivo de la tierra y el autoabastecimiento de una unidad familiar. Se definió incluso, una tipología propia de arquitectura, casas y chozas con distintas unidades de uso (cuadras, pajar, zahúrdas, gallineros, tinahón, etc.) especialmente en los asentamientos diseminados[2].


Cortijillo donde existieron chozas y enrramadas, en Las Pinedas (La Carlota).




[1] Ver (OLMEDO, 2006), a razón de los detalles reseñados por el Catastro de Ensenada, se refiere: “para el abrigo de los operarios y ganados e de su valor”,
[2] (LÓPEZ ONTIVEROS, 1973).


 

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