A sus casi 90 años de edad, Ricardo García Cano nos relata con mirada afable y serena toda una
serie de detalles de una vida entera dedicada al pastoreo por los montes y
dehesas de un rincón de la Sierra Morena cordobesa, entre Villanueva de Córdoba
y Montoro. Fueron diversas las fincas (Escorial, Gamonosas, Corchuelos, Loma La
Higuera, Tembladero y Alcornocosa) donde trabajó, primero en su infancia, cuidando
cabras blancas y luego ovejas merinas, desarrollando este duro oficio heredado
de su padre y su abuelo, con los chozos como principales moradas.
Ricardo careaba y majadeaba los rebaños que los
propietarios de las fincas le confiaban. Muestra de su pericia, nos cuenta
entre risas, que llegó a conducir en una ocasión hasta 300 carneros para cubrir
los numerosos rebaños de la zona. “No se
podía desamparar al ganado, pues los lobos estaban al acecho y más de algún
chivito me arrebataron”. En una ocasión pudo plantarles cara teniendo que
marcharse los cánidos sin su presa. Nos recuerda también como un año llegaron
incluso a entrar al mismo pueblo de Villanueva de Córdoba. No obstante, no conoce
ningún caso en que atacasen a los pastores. Como defensa se tenían 2 o 3
mastines con los que disuadir a los depredadores.
El ganado debía permanecer por la noche en su redil.
La majada se hacía bien de estacas que sostenían redes de cáñamo, o mediante cercas portátiles de tablillas que
cada día se iba mudando. Así, las ovejas apuraban el pasto y abonaban con su
estiércol la tierra. Luego, llegaba el labrador con su yunta de mulos y
sembraba garbanzos, trigo, cebada o avena, el centeno se dejaba para los
terrenos más pobres.
De sus años mozos recuerda vivamente los encuentros
ocasionales que tuvo con el grupo de los guerrilleros antifranquistas
denominados los “Jubiles”, ya en las
lindes del término de Montoro, y como en una ocasión los guardias civiles que
los perseguían se toparon con él, lo amenazaron encañonándole con los rifles,
preguntándole por el chivo que supuestamente le había dado el día anterior a “los del monte”.
De los pastores sorianos comenta, que iban a lo suyo
y no solían relacionarse demasiado: “llegaban
con sus vacas y ovejas en otoño y se marchaban en primavera, venían sin
mujeres, aunque alguno llegó a echarse novia aquí”, también comenta que calzaban
con las características albarcas de goma. Estos ganaderos trashumantes, los “serranos” igualmente se hacían sus
chozos, muy similares a los de los pastores locales, aunque también vivían en
los cortijos.
Ricardo fue experto en la construcción de estos
albergues y ayudó a otros a construirlas, no cobrando por ello. El tamaño y
forma de las maderas disponibles que llama “palancones”,
determinaban el tipo de choza a construir. Si eran largos, curvos y con
horquilla se hacía una choza vegetal redonda; en cambio, si eran cortos se
disponía una choza de hormazo rectangular a dos aguas.
La choza
vegetal se iniciaba con la construcción de un armazón circular clavando de
forma regular una serie de palos largos de encina, que se recubrían de varas de
adelfa, pañetas de pajotes de avena o cebada, que se ripiaban y ataban con
cuerdas de torvico o juncia. En el cumbrero, se apelmazaba bien la paja,
sujetándola con unas maderas que
impidieran que el viento lo levantara. Algunas podían ser bastante grandes, de
hasta 4 metros de diámetro.
La choza de
hormazo requería más trabajo, pues el muro de mampostería de planta
rectangular era más laborioso de construir. Hasta dos semanas se requería para terminarlo,
siendo finalmente más confortable cuando arreciaba el temporal, ya que a
diferencia de la vegetal, no dejaba entrar el aire. La cubierta, se hacía
apoyando una viga cumbrera sobre las cuchillas de los extremos y con distintos
palos transversales se hacía una armadura a dos aguas. Todo ello, se forraba
exteriormente con ramas de adelfa o iniesta. Esta última, se cortaba y se
dejaba secar previamente sobre los peñascos. Estas chozas eran habitadas principalmente
por los porqueros y vaqueros de las fincas, como la del “Tío Antonio, El Manquillo”, según recuerda. Otras, tenían alguna
cuadra anexa para los mulos, como la “Choza
Ribera” en el Tembladero, ya en Cardeña.
Las zahúrdas de
cañones, eran enteras de piedra con cubiertas de falsa bóveda por
aproximación de hiladas y tierra. Las hacían algunos albañiles locales por
encargo de los propietarios de las fincas; así, recuerda una que hizo uno de
Villanueva de Córdoba, llamado “El
Gorrilla”.
En invierno se dormía dentro del chozo, con las
camas dispuestas alrededor de un fuego central. En verano, sin embargo se hacía
al raso sobre un candelecho. A propósito de esto, nos relata que en una
ocasión, se le metió un lagarto entre la ropa, que tardó en poder sacar pese a
sus denodados intentos.
La vida en el chozo era muy austera, en él vivía el
pastor con su mujer e hijos. En este caso Ricardo al ser soltero, vivía solo
pues como dice el “soy mozo viejo”.
Las pertenencias eran mínimas y se guardaban en un pequeño arcón, si bien algunos
pastores tenían arrendado o en propiedad, una vivienda en el pueblo al que
acudían cada 15 días para abastecerse de algunos productos básicos (sal, pan,
aceite, etc.). Esta rutina se denominaba “ir
a por el hato”. Nuestro pastor, pudo comprarse una casa en el pueblo, tras
mucho ahorrar, a pesar de cobrar hacía 1950, no más de 60 pesetas diarias.
No tenían derecho a consumir ningún cordero, por lo
que la carne la obtenían de la caza menor, sobre todo de los abundantes conejos
que capturaban con todo tipo de trampas. Nos habla de una señora que se
dedicaba a la venta de estos pequeños mamíferos. Además, cada familia disponía
de un cerdo o dos para su propio abastecimiento y gallinas que les acompañaban
en pequeños chozos portátiles, así como la disponibilidad de verduras de algún pequeño
huerto. Recuerda también, que su madre hacía el pan en un horno de piedra.
Terminamos la entrevista, estrechando sus grandes
manos y agradeciéndole su amabilidad. Ricardo nos ha dado una lección sobre la
vida de los pastores de Sierra Morena, una vida de trabajo digno y humilde,
llevado a cabo por unas generaciones de hombres que supieron vivir de forma
sostenible en unos paisajes agrarios únicos, que son la herencia de nuestros
antepasados y del entendimiento de estos con un medio caracterizado por la
diversidad y la fragilidad de sus componentes agroecológicos; muchos aún
contemplables en el paisaje serrano.
Ricardo Luque Revuelto y Rafael Pulido Jurado.
En Conquista (Córdoba),
una mañana de Abril de 2013.
Descanse en paz.
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