domingo, 28 de abril de 2013

Del chozo al hato.


A sus casi 90 años de edad, Ricardo García Cano nos relata con mirada afable y serena toda una serie de detalles de una vida entera dedicada al pastoreo por los montes y dehesas de un rincón de la Sierra Morena cordobesa, entre Villanueva de Córdoba y Montoro. Fueron diversas las fincas (Escorial, Gamonosas, Corchuelos, Loma La Higuera, Tembladero y Alcornocosa) donde trabajó, primero en su infancia, cuidando cabras blancas y luego ovejas merinas, desarrollando este duro oficio heredado de su padre y su abuelo, con los chozos como principales moradas.


Ricardo careaba y majadeaba los rebaños que los propietarios de las fincas le confiaban. Muestra de su pericia, nos cuenta entre risas, que llegó a conducir en una ocasión hasta 300 carneros para cubrir los numerosos rebaños de la zona. “No se podía desamparar al ganado, pues los lobos estaban al acecho y más de algún chivito me arrebataron”. En una ocasión pudo plantarles cara teniendo que marcharse los cánidos sin su presa. Nos recuerda también como un año llegaron incluso a entrar al mismo pueblo de Villanueva de Córdoba. No obstante, no conoce ningún caso en que atacasen a los pastores. Como defensa se tenían 2 o 3 mastines con los que disuadir a los depredadores.


El ganado debía permanecer por la noche en su redil. La majada se hacía bien de estacas que sostenían redes de cáñamo, o  mediante cercas portátiles de tablillas que cada día se iba mudando. Así, las ovejas apuraban el pasto y abonaban con su estiércol la tierra. Luego, llegaba el labrador con su yunta de mulos y sembraba garbanzos, trigo, cebada o avena, el centeno se dejaba para los terrenos más pobres.

De sus años mozos recuerda vivamente los encuentros ocasionales que tuvo con el grupo de los guerrilleros antifranquistas denominados los “Jubiles”, ya en las lindes del término de Montoro, y como en una ocasión los guardias civiles que los perseguían se toparon con él, lo amenazaron encañonándole con los rifles, preguntándole por el chivo que supuestamente le había dado el día anterior a “los del monte”.

De los pastores sorianos comenta, que iban a lo suyo y no solían relacionarse demasiado: “llegaban con sus vacas y ovejas en otoño y se marchaban en primavera, venían sin mujeres, aunque alguno llegó a echarse novia aquí”, también comenta que calzaban con las características albarcas de goma. Estos ganaderos trashumantes, los “serranos” igualmente se hacían sus chozos, muy similares a los de los pastores locales, aunque también vivían en los cortijos.


Ricardo fue experto en la construcción de estos albergues y ayudó a otros a construirlas, no cobrando por ello. El tamaño y forma de las maderas disponibles que llama “palancones”, determinaban el tipo de choza a construir. Si eran largos, curvos y con horquilla se hacía una choza vegetal redonda; en cambio, si eran cortos se disponía una choza de hormazo rectangular a dos aguas.

La choza vegetal se iniciaba con la construcción de un armazón circular clavando de forma regular una serie de palos largos de encina, que se recubrían de varas de adelfa, pañetas de pajotes de avena o cebada, que se ripiaban y ataban con cuerdas de torvico o juncia. En el cumbrero, se apelmazaba bien la paja, sujetándola con unas maderas  que impidieran que el viento lo levantara. Algunas podían ser bastante grandes, de hasta 4 metros de diámetro.

La choza de hormazo requería más trabajo, pues el muro de mampostería de planta rectangular era más laborioso de construir. Hasta dos semanas se requería para terminarlo, siendo finalmente más confortable cuando arreciaba el temporal, ya que a diferencia de la vegetal, no dejaba entrar el aire. La cubierta, se hacía apoyando una viga cumbrera sobre las cuchillas de los extremos y con distintos palos transversales se hacía una armadura a dos aguas. Todo ello, se forraba exteriormente con ramas de adelfa o iniesta. Esta última, se cortaba y se dejaba secar previamente sobre los peñascos. Estas chozas eran habitadas principalmente por los porqueros y vaqueros de las fincas, como la del “Tío Antonio, El Manquillo”, según recuerda. Otras, tenían alguna cuadra anexa para los mulos, como la “Choza Ribera” en el Tembladero, ya en Cardeña.

Las zahúrdas de cañones, eran enteras de piedra con cubiertas de falsa bóveda por aproximación de hiladas y tierra. Las hacían algunos albañiles locales por encargo de los propietarios de las fincas; así, recuerda una que hizo uno de Villanueva de Córdoba, llamado “El Gorrilla”.

En invierno se dormía dentro del chozo, con las camas dispuestas alrededor de un fuego central. En verano, sin embargo se hacía al raso sobre un candelecho. A propósito de esto, nos relata que en una ocasión, se le metió un lagarto entre la ropa, que tardó en poder sacar pese a sus denodados intentos.

La vida en el chozo era muy austera, en él vivía el pastor con su mujer e hijos. En este caso Ricardo al ser soltero, vivía solo pues como dice el “soy mozo viejo”. Las pertenencias eran mínimas y se guardaban en un pequeño arcón, si bien algunos pastores tenían arrendado o en propiedad, una vivienda en el pueblo al que acudían cada 15 días para abastecerse de algunos productos básicos (sal, pan, aceite, etc.). Esta rutina se denominaba “ir a por el hato”. Nuestro pastor, pudo comprarse una casa en el pueblo, tras mucho ahorrar, a pesar de cobrar hacía 1950, no más de 60 pesetas diarias.


No tenían derecho a consumir ningún cordero, por lo que la carne la obtenían de la caza menor, sobre todo de los abundantes conejos que capturaban con todo tipo de trampas. Nos habla de una señora que se dedicaba a la venta de estos pequeños mamíferos. Además, cada familia disponía de un cerdo o dos para su propio abastecimiento y gallinas que les acompañaban en pequeños chozos portátiles, así como la disponibilidad de verduras de algún pequeño huerto. Recuerda también, que su madre hacía el pan en un horno de piedra.


Terminamos la entrevista, estrechando sus grandes manos y agradeciéndole su amabilidad. Ricardo nos ha dado una lección sobre la vida de los pastores de Sierra Morena, una vida de trabajo digno y humilde, llevado a cabo por unas generaciones de hombres que supieron vivir de forma sostenible en unos paisajes agrarios únicos, que son la herencia de nuestros antepasados y del entendimiento de estos con un medio caracterizado por la diversidad y la fragilidad de sus componentes agroecológicos; muchos aún contemplables en el paisaje serrano.

Ricardo Luque Revuelto y Rafael Pulido Jurado.
En Conquista (Córdoba), 
una mañana de Abril de 2013.

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