domingo, 19 de febrero de 2012

Fibras vegetales (I).

De forma sintetizada, se presenta aquí un pequeño análisis sobre el empleo de fibras vegetales en la construcción de refugios, albergues y chozas, a lo largo de las distintas comarcas provinciales.

Entre las plantas susceptibles de ser utilizadas para el techado de cubiertas, podríamos diferenciar entre las cultivadas expresamente y las silvestres. Los cereales han sido los más utilizados. Especialmente, el centeno (Secale cereale), que se plantaba por casi toda Sierra Morena. Este, reúne muchas cualidades para su empleo; es decir, gran longitud de sus bálagos (1.60 -1.70 m.), poca exigencia de la calidad del suelo y fácil manejo. Normalmente, el bálago, era cosido a “torzal” para su fijación a la cubierta de chozos portátiles totalmente vegetales. Otras gramíneas cultivadas (trigo, avena o cebada), por su escasa altura, se fijaban mediante la técnica del “ripiado”, consistente en la superposición de gruesas capas de paja humedecida, convenientemente apelmazadas, modalidad ampliamente utilizada por casi toda la provincia.


Bálagos de centeno cosidos.

Por otro lado, entre las silvestres, se seleccionaban distintas especies de juncos, preferentemente el junco churrero (Juncus holochoenus), que por su gran longitud permitía una mayor optimización. Estos, se cosían de igual manera que el centeno, aunque previamente y tras su siega, había que extender los haces para su secado al sol.


Techado de una cubierta con juncos.

En la Campiña, aparecen referencias históricas sobre las “casas de chamiza”, en muchos de sus “Cortijos”, denominación dada a las chozas de tapial y cubiertas de carrizo (Phagmites australis). Se conocían igualmente como “chamizos”, los chozos y sombrajos hechos con esta planta o la caña común (Arundo donax). Esta última, se utilizaba en la Vega, tejida o entrelazada para las paredes exteriores, para separar habitaciones y hacer tabiques dentro de los propios chozos. Estos entramados, se enfoscaban con barro y se encalaban, dando el resultado de una dura y limpia pared. Igualmente  se hacía de caña, las agujas para coser las cubiertas vegetales. Otra planta utilizada aquí, era el palmito (Chamaerops humilis). Sus hojas servían tanto para techar, como para trenzar cuerdas o “tomizas” con las que coser los chozos. También se hacían “torzales” de pita (Agabe americana) para amarrar las maderas y coser los distintos entramados; aunque la mejor cuerda era la obtenida del cáñamo (Cannabis sativa).


Cañizo enfoscado con barro y paja picada.

Entre otras plantas tapizantes, se empleaban ramones de olivo o acebuche (Olea europea), coscoja (Quercus coccifera) o taraje (Tamarix spp.) como forro previo. Ciertas cubiertas, se planteaban de juncia (Ciperus rotundus) o enea (Thipha spp.), dando esta última excelentes resultados impermeabilizantes. En algunas chozas y especialmente para el techado de “almiares”, se empleaban unas grapas hechas de hinojo (Phoeniculum vulgare), de adelfa (Neriun oleander) o de visnaga (Ammi visnaga), para reforzar el colmo de paja.


Enea cosida con torzal de cáñamo.

En la Subbética y algunas zonas de Los Pedroches, en ciertas ocasiones, se utilizaba otra forma de techar distinta a las anteriores. Con varias especies de iniestas (Cytisus spp.) o retamas (Retama phaerocarpa), se forraban las cubiertas con ramitas  previamente preparadas con forma de arpón, y que se clavaban sobre un entramado previo de monte (jaras, ramones, etc.). Por otro lado, para que el ganado no se comiera las fibras de los chozos, se protegía su contorno con una capa baja de ramas espinosas de tamujo (Flueggea tinctorea).

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