Alfonso Arroyo, nuestro protagonista, su hermano Rafael y su padre Alfonso
estuvieron trabajando de pastores durante varias décadas en las fincas del “Fontanar” y “Guamora”, en el término municipal de Pedroche. Vivían en chozas e iban al pueblo sólo a comprar de vez en cuando algunas provisiones, primero en burros y más tarde con una bicicleta también para estudiar por las tardes. En 1969 con la edad de 20 años, deja el oficio de
pastor y se marcha a la localidad francesa de Cognac para trabajar en los
viñedos, donde permaneció más de 35 años hasta que se jubiló.
Alfonso Arroyo haciendo un torzal de iniesta. |
Su ganado fue básicamente la oveja merina, si
bien en los sesenta, se empezó a cruzar esta raza pura con carneros “Lanchas” de
grandes cuernos. En los años anteriores a 1940 las ovejas merinas solo tenían
un parto al año, pues únicamente se alimentaban del pasto natural y en
ocasiones cuando nevaba, con algo de avena o cebada. De 350 ovejas, solo una decena
tenían dos mellizos al año. Los carneros se mandilaban con un peto de lata o
goma, dejando que montasen al rebaño de 150 en 150, ajustando el
momento para que los corderos nacieran en primavera, cuando se podían vender
con menos gasto. El rebaño se dividía en dos grupos, por un lado las ovejas “horras”, sin cría y el segundo con
ovejas paridas y borregos.
La lana también se aprovechaba, pero ellos las
llevaban al pueblo para que las esquilaran, colaborando en el momento de
cogerlas y atarlas para los esquiadores.
Por la noche, el ganado se encerraba en una majada que había que mudar a diario sobre uno de sus lados para que la hoja de la finca se fuese abonando en su totalidad. La cerca estaba hecha de redes y estacas, o de cercas de madera que se encajaban en unas “zapatas” en la parte inferior, en unas “manillas” en la superior y se tensaban con unas “tirantas” diagonales de cable que partían de una “tranca” clavada en el suelo.
Zapata de una cerca de tablones. |
La familia Arroyo no hacía ni trasterminancia ni
trashumancia alguna con los ganados que cuidaban para los "amos". La finca era lo suficientemente extensa (500
fanegas) como para mantener no solo a las ovejas, sino también al ganado de cerda en un manejo predominante de dehesa y algo de monte en las cumbres. Sin embargo, citan el paso anual de los “serranos”, los trashumantes sorianos que
pernoctaban a lo largo de la “Cañada Real” cerca de Guadamora, camino de las
sierras de más al sur.
Los lobos eran una amenaza para el ganado, hasta finales de los años 50 en que fueron definitívamente exterminados. En más de una ocasión fue testigo de cómo su padre tenía que salir corriendo de noche hacía el corral, con las botas y el candil, mientras que Alfonso se escondía debajo de sus mantas, temeroso. Le asustaban hasta tal punto, que nos cuenta como se le levantaba la gorra porque se le ponían los pelos de punta. Recuerdan el caso de un lobo solitario, cojo y rabón que merodeaba por las noches la majada.
Perdieron más de un cabrito y cordero a manos de estos cánidos, pese a la vigilancia constante de sus mastines, “Lupina”, la “Curra” y “Tremendo” que con sus collares de pinchos, no dudaban en adentrarse en la manada de lobos, volviendo babeados o con cicatrices en el lomo. Los perros conseguían alejarlos de manera estratégica, impidiendo que no se acercara ninguno por otros ángulos. Es más, avisaban al pastor cuando ya pasaba el peligro. Esta era la única arma que poseían, así como los cohetes que les daban en el ayuntamiento para hacer ruido.
Además de los perros, tenían dos burros que se resguardaban en un chozo propio y que les servían para ir al pueblo a , acarear la leña y el agua, o para mudar los palos del chozo.
El chozo de Los Arroyo, en Nuestras Tradiciones 2013. |
En el término de Pedroche, al igual que en los pequeños municipios de zona central de la comarca de Los Pedroches la gran propiedad solo supone un pequeño porcentaje del territorio, predominando las de pequeño y mediano tamaño. Alfonso, nos cita algunas de estas grandes (El Trucio y La Calera), similares en la cual trabajó.
Los dueños solían venir en primavera y en verano. Por
la noche "nos hacían rezar el rosario" dice. Los domingos se daba catequesis y se
hacía una rifa. El afortunado ganaba una jícara de chocolate "de ese que hacía
en Pozoblanco el Hipólito Cabrera". El casero se ajustaba a "puerta abierta" sin un sueldo, completando su economía con las
gallinas, los animales y el huerto que cultivaba
"Pintando" garbanzos en Nuestras Tradiciones 2013. |
La dehesa se dividía en cinco hojas. Solo una de ellas se sembraba de garbanzos en marzo y de trigo en octubre. Dos gañanes contratados con sendas yuntas eran los encargados de la siembra que iba rotando cada año, restando cuatro hojas para las ovejas y los cochinos. De la montanera se encargaba un porquero contratado pariente suyo y que vivía junto a su familia, compuesta por su mujer y sus cuatro hijos, en una "choza de hormazo" permanente.
Las chozas y los chozos.
Llamaban “chozos”
a los albergues de pastores circulares y de mediano tamaño realizados con “chumiza”, pastos y rastrojos. Algunas más grandes, de planta
ovalada con puntales, sin embargo las llamaban “chozas”. Por otro lado, citan las “chozas de jormazo” que se realizaban con mampostería de piedra,
tanta en planta circular como rectangular, que eran habitadas por los
porqueros. Tenían la cubierta también de palos y materiales vegetales (paja,
juncos, iniesta o retamas). Posteriormente, muchas de las rectangulares fueron
remodeladas con teja árabe. La entrada de estas, estaba compuesta por dos “cinceles-jambas”, “dintel-travesaño” y en el suelo el “batiente”.
Alfonso y su cuñado haciendo una maqueta de un chozo. |
Para las vegetales, se cortaban palos de encina con
una leve curvatura y algo de horquilla que se clavaban solo un poco en el
suelo, pues cada año había que desarmarlas para rehacerlas en otra “hoja”
de la finca, reaprovechando dichas maderas de una vez para otra. Todos ellos,
se trababan y se aseguraban con otros horizontales llamados “arcos” que le daban solidez a las estructura.
Luego, se recubría de haces de “tamaras”
de encina y distintas capas de retama o iniesta verde, que en la parte más alta
se hacían más espesas para que hicieran “clavo”,
es decir que una vez secas se apelmazaban e impregnaban de hollín, de tal manera
que no prendían con el fuego que se hacía en el interior. Por último, se
techaba sobre esta estructura con rastrojo de trigo, que se traía desde las
rastrojeras después de la siega del cereal. La variedad de trigo que se
cultivaba por esa época en la zona, era bastante alta; los segadores cortaban
la caña para dejar la paja casi entera. Los pastores rastrillaban el rastrojo y
lo amontonaban para acarrearlo con ayuda de carros hasta donde fueran a
construir el chozo. La manera de techar con la paja, la llaman a “pañetas”, procedimiento que consistía en
ordenar y alinear la paja sobre el suelo en una hilera de unos 40 a 50 cm. de
anchura, mojándola generosamente y presionando con rodillas y manos. Luego se
dejaba secar un día, para ir sacando tramos de “pañetas” que se colocaban verticalmente, unas junto a otras sobre
el entramado anteriormente citado, desde el suelo hasta el techo de manera
escalonada. Cada hilera de “pañetas”
se fijaba al entramado con una gruesa cuerda de iniesta de más de 2 cm. de diámetro
a modo de anillo y que llaman “vencejo”.
Ésta, a su vez era cosida al entramado de maderas con otra cuerda de juncia, retama
o iniesta más fina, llamada “tontillo”
y con la ayuda de una larga aguja de madera o hierro se atravesaba todo el
grueso de la pared vegetal. Las últimas capas del cumbrero había que subirlas
con la ayuda de una pértiga o con el propio palo de la “zanga”. Se ataba la “pañeta”
con un lazo de manera transversal a la pértiga para que una vez alcanzado por
la persona que la recogía arriba se soltara fácilmente. Finalmente, se
colocaban los “contravientos”, cuatro
leños colgados de cuerdas por los lados exteriores de la cúspide, que impedían
que el aire desmochara el chozo.
Para proteger las paredes de la construcción del
diente de las ovejas y los burros, en ciertas ocasiones se hacía una especie de
resguardo de “tamaras” o “tamujos” espinosos por todo su perímetro.
La choza o chozo se rodeaba de un ruedo o canal para que drenara el agua de la
lluvia. El piso interior se cubría con una solera de empedrado para mantenerlo
limpio.
Alfonso conoció en algunas ocasiones como podían incendiarse los chozos. En el “Fontanar” prendió alguno de sus vecinos que pudieron salvar la vida, y en “Guamora” el de la “Gorda” de Villanueva alcanzado por un rayo.
La base de la dieta del pastor era la leche de oveja, como describe gráficamente el refranillo que nos recita:
“Los pastores de Villaralto comen pan con leche pá almorzar,
y a la noche, leche y pan pá cenar”
El pan lo hacía la su madre Manuela en el horno del cortijo
donde residía el casero. Ella también se encargaba de elaborar los quesos. No
llegaron a tener huerto, aunque de vez en cuando cuidaban un melonar. El campo
les proveía además, de frieras, criadillas, ajos porros, romanzas, caracoles,
espárragos, etc. Además criaban palomas y tórtolas en cajones colgados
de las encinas, aparte de las gallinas que se metían en el chozo de los burros.
Cazaban perdices, conejos y liebres, aunque había que hacerlo con discreción
porque los dueños no lo permitían y la Guardia Civil siempre estaba atenta. Los
cepos para zorzales y pajaritos se colocaban al día siguiente de la visita de
los civiles. pues era poco probable que viniesen dos días seguidos. Incluso se
fabricaba un pequeño chozo para cazar, cerca de un regato, donde se tendía una
red de tirón oculta por hojas y pasto. Su esposa Isabel, nos cuenta algunas travesuras
que hacía Alfonso, como aquella vez que le escondió el chozo de cazar a otro
pastor, o cuando le cambio a un águila los huevos del nido por otros de gallina
para que los incubara.
Comenta que antes había muchos pájaros (mirlas, carahanos, trigueros, cujas, águilas, güaitres, etc.). Los erizos y los lagartos se preparaban fritos o en adobo. También citan algunas serpientes (víbora, “saetón” = culebra de escalera, “alicante o cerval” = culebra bastarda) como peligrosas para el ganado.
El fuego para cocinar se hacía en primavera-verano en
un “hogarín” exterior. El "hato" se
preparaba en invierno dentro del chozo, en una lumbre situada en el centro del
mismo sobre un empedrado. Su esposa, nos relata como preparaba
el “ajo” (patata, tomate, pimiento,
miga de pan y agua caliente), la “miga
tostá” con uva y torrezno, o el
puchero diario de garbanzos, el bacalao, etc. Los festivos tocaban las
habichuelas y algunas noches, liebre con arroz.
El salario recibido no era en dinero sino en especie,
mediante un ajuste que se negociaba una vez al año el 29 de septiembre, en la
festividad de San Miguel. Antes de esa fecha el pastor no podía abandonar la
finca, ni el dueño despedirlo. No había contratos, ni nada por escrito, solo de
palabra. El “ajuste”
nos lo relata Manuela, la madre del pastor nacida en 1924: “era de tres cuartillas de aceite por pastor al mes,
trigo y doce ovejas al año”, también “se libraran un par de cabras”. En ocasiones había también una remuneración económica,
unos ocho duros al mes, cuando estaban en “Guamora”,
en los años 40 y 50. A los “zagales” solo
se les daba "medio hato". En fechas posteriores la ganancia se acordaba conforme
a lo que criasen.
Aunque la vida de pastor la recuerda como muy austera; “en
mi choza solo hay palos…” dice, reconoce que fueron de los mejores años de su vida.
La familia Arroyo en su casa de Pedroche. |
Entrevista realizada en Pedroche, el 1 de junio de 2013, a Alfonso Arroyo Moreno, su hermana Josefa, su esposa Isabel Tirado Díaz, su cuñado José Tirado Díaz y su madre Manuela Moreno Román. A todos ellos, "gracias por su entrañable hospitalidad".
Más datos en:
ANDRADA, Los años de la niebla, 2005
ANDRADA, Las voces antiguas, 1992
"Nuestros mayores dicen, hacen y están". Diputación de Córdoba.
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