sábado, 12 de noviembre de 2011

Chozas de colonos.

Este fenómeno de edilicia, se dio con profusión a partir del siglo XVIII en toda el área de repoblación de Carlos III. Especialmente en los términos municipales de La Carlota y Fuente Palmera, entre otros de la Campiña Baja y La Vega. El proceso colonizador, propició una repartición de la propiedad y sobre todo unas tipologías arquitectónicas: las “casas y chozas de colonos”. Su organización territorial por departamentos, distribuye la población a lo largo de diversas aldeas y caseríos. Algunos informadores, probáblemente predecesores de estos colonos centroeuropeos, aportan abundantes detalles sobre tipologías, técnicas y formas de vida en estas chozas.


Chozas y casas en torno al campo de futbol de Los Algarbes, en 1965.
Cortesía del Archivo Municipal de La Carlota.

Juán Rodríguez Delgado “Caballito”, que ha trabajado de ganadero, pastor y agricultor,  relata: “nací en 1942 en una de las chozas, que mis abuelos hicieron en El Ochavillo, en una parcela del municipio de La Rambla pero que está entre los de Guadalcázar y La Carlota”. Efectívamente allí llegaron sus abuelos Rafael Rodríguez y Carmen Herruzo hacia 1917, viviendo los primeros años en chozos vegetales. Posteriormente, junto al cerro Baldío, se hicieron otras chozas de tapial. En 1959 se construyó una casa ya tejada, que coexistió con las “tapichozas” hasta 1980. Hoy, el Cortijo del Ochavillo y sus chozas ya han desaparecido.


Mi amigo Juán, del que tanto me queda por aprender.

Sus primeros chozos, eran ovalados con pies derechos de horcón y cubierta hasta el suelo, totalmente vegetales. Y las “tapichozas” con distintas dependencias y diferentes edificaciones; había una choza alargada como cocina, con dormitorio en un extremo separado por tabiques y cortinas;  otras eran para los cerdos, las ovejas y las cabras; vacas y mulos se cobijaban en una contigua a la cocina llamada “tinaón”.

Juán, aporta explicaciones realmente aclaradoras, en cuanto al procedimiento constructivo y los materiales utilizados. “Lo primero, los tapiales de entre 80 y 100 cms. de anchura, de tierra apisonada y cantos rodados, hechos con moldes de tablas y agujas, que luego se encalaban”. La estructura de las cubiertas, se hacían con pitones para formar las “cruces” a modo de pares, unidos en su vértice con puntas hechas de olivo o acebuche y ataduras de cuerda. Para que no se combaran, en su tercio superior, se atravesaba un “barconcillo” haciendo la función de un nudillo. En algunas ocasiones se aseguraba el empuje lateral de la armadura sobre los muros con una “tiranta” de palo o pitón, y el longitudinal con el sistema de “lima bordón”, que conformaba finalmente una cubierta de cuatro aguas alargada. Horizontalmente se ataban hileras de cañas a modo de “alfajías”. Para darle consistencia al alero, se hacía una “bardilla” de “corcoja”, la coscoja (Quercus coccifera), o varetas de olivo. Se techaba con rastrojo “ripiao” de trigo duro o “recio” de pajas de 60-80 cm. de altura. También con retama (Retama sphaerocarpa). Las “pañetas” o “pareas” de paja se ataban de abajo a arriba sobre las hileras de cañas. Se grapaban con horquillas de hinojo (Foeniculum vulgare). El “cumbrero” se remataba con estiércol apelmazado sobre la paja.


Otro testimonio oral de inestimable valor lo aporta Carmen Otero Hámez, que nació en 1928 en las chozas que su familia tenía en Los Algarbes (La Carlota), viviendo allí hasta 1945. Así dice: “había muchas familias que vivían repartidas en chozas en cada una de las parcelas”. Las suyas, se asentaban en la que poseía su padre, cuya forma de subsistencia fue variopinta; olivar propio, rebaño de cabras y vacas, corredor de ganado y “manijero”.


Carmen, incansable mujer que desborda siempre una gran simpatía.

Estas “tapichozas” de planta rectangular eran de tapial en sus paramentos, con cubierta a cuatro aguas de fibras vegetales. Las construcciones se organizaban en una pequeña agrupación, teniendo funciones específicas, es decir una de dormitorio familiar, otra como cocina comedor y una tercera donde vivían sus abuelos. Los animales (la burra y las cabras) disponían de un cobertizo de paja o “enrramada” dentro de un corral específico; sin embargo las gallinas y los pavos dormían a la intemperie.

Los dormitorios, de unos 6 x 3 m., estaban divididos en dos compartimentos mediante una cortina. Las camas eran plegables, de entramados de palos y paja de “escaña”, y los colchones rellenos de “farfollas”. El chozo de la cocina se organizaba en torno a un hogar hecho en el suelo, por lo que el humo salía por entre la paja de la cubierta, impregnándola de hollín. El suelo, primero fue terrizo apisonado e impermeabilizado con lechadas de tierra roja almagra; siendo empedrado con posterioridad. Tanto exterior como interiormente, los tapiales estaban escrupulosamente encalados, adornándose con plantas en macetas o arriates (geranios y jazmines).

Una peculiaridad en cuanto a los materiales, es la utilización de los grandes tallos florales de las pitas, llamados localmente “pitones”. Estos, extremadamente ligeros, son muy resistentes a pesar de ser huecos, así se empleaban como armadura para construir la cubierta. Como material tapizante se utilizaba la paja de rastrojo, especialmente la de trigo, a pesar de disponer también de escaña y centeno. El caballete había que arreglarlo cada año apelmazando paja mezclada con estiércol. Las personas encargadas de este mantenimiento eran su padre y su abuelo.

Estas construcciones provienen como mínimo, de dos generaciones atrás a la de Carmen. Así, todos sus ancestros conocidos eran de este departamento. Sabemos que se mantuvieron en uso al menos entre 1870 y 1987 aproximadamente. Hacia la década de los setenta del siglo XX se abandonaron como vivienda porque se construyó una casa nueva ya tejada, pero se mantuvieron en uso ya con otras funciones, desapareciendo unos veinte años después.

          Otro informador, Antonio Luna, comenta que eran muy frecuentes por todo el departamento de las Provincias y las Pinedas, la existencia de chozas de tapial, chozos de pitones a dos aguas para resguardarse durante el trabajo de verano en las huertas y melonares; así como “enrramadas” para cobijo del ganado. Igualmente comenta, la existencia de alguna persona en la aldea especializada en techar con paja, tanto chozas como “almiares”.


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