viernes, 4 de noviembre de 2011

La morada básica.

Son “otras construcciones de un enorme valor etnológico e histórico, que nos hablan de una manera de vivir, de trabajar, de comerciar y de subsistir de las gentes que nos han precedido y que fueron el fermento de lo que ahora somos”. [1]

Este tipo de construcciones han estado siempre ligadas a sistemas de aprovechamientos agropecuarios, en la mayoría de los casos no encuadrados dentro de las poblaciones, sino diseminadas por el territorio, o  focalizadas en el extrarradio periurbano, con connotaciones negativas y de marginalidad. Eran construcciones auxiliares de la arquitectura rural: viviendas de jornaleros y campesinos, albergue de canteros, refugios de pastores y resguardo para ganado; estamentos de la sociedad, relegados a las capas más humildes y de servilismo feudal. Un fenómeno por el cual se ha marginado a un sector de la población, especialmente en Andalucía, propiciado por el latifundio y la dependencia de los hacendados, aunque ya se hayan  mejorado muy sustancialmente, ciertos aspectos de sus condiciones de vida.   
    

Choza en Palma del Río hacia mediados del siglo XX. (nodo018.bankhacker.com)
Por otro lado, se puede apreciar que la evolución de las tipologías de estas viviendas; desde la mas básica, hecha completamente con paramentos vegetales, hasta las mas evolucionadas “tapichozas”, último escalón evolutivo hasta la casa, entendida como vivienda permanente y estable; viene determinada por condiciones socioeconómicas y culturales[2], frente a otras teorías que justifican  la existencia de la “casa vegetal” únicamente por condicionantes ambientales, como el clima y la disponibilidad de los materiales[3]; vinculándolas a la arquitectura primitiva universal y su dependencia del medio. La primera hipótesis, explica la extinción de estas formas de vida, que se ha producido al final del siglo XX, lo cual, demuestra que una mejora social y económica de estas gentes implica un cambio en la calidad de sus viviendas. Si bien es cierta y demostrada esta versión, no son menos las extremadas coincidencias en cuanto al fenómeno por el cual se han venido transmitiendo soluciones constructivas e influencias culturales a lo largo de la historia de la arquitectura básica del hombre.

Este tipo de arquitectura surge ante una necesidad básica del hombre de disponer de una vivienda, morada o refugio. De una manera rápida y poco costosa se podía construir una edificación básica que reuniera los equipamientos que requiere una persona o grupo para su subsistencia. Ha de servir de cobijo donde dormir, guardar utensilios, ropa y alimentos, ha de resguardar también animales domésticos y sobre todo ha de soportar técnicamente las inclemencias meteorológicas. La enorme versatilidad de tipos, demuestra una gran variedad de adaptaciones a las necesidades y posibilidades de cada grupo social o cultura.



Carboneros en Moratalla (Hornachuelos) hacia 1887. Cortesía de la Fundación Cajasur.

Por otro lado, la organización de la vida cotidiana en este tipo de hábitat, se planteaba con elementos básicos de funcionalidad y dedicación bien estructurada a cada una de las tareas domésticas y de autosubsistencia. El siguiente texto [4] sirve de ejemplo para ilustrar la vida de una familia típica hacia la década de los 60 (siglo XX):

“Entre mi material se halla un edificio aislado. Se trata de la vivienda de materiales vegetales construida por un hacendoso albañil de Palma del Río, a la margen derecha del Río Guadalquivir, para vivir ahí con su familia mientras trabaja fuera del pueblo; el edificio fue construido en el cordel y constituye un bello ejemplo de cómo esta circunstancia no es conditio para que ahí tengan que imperar hábitos lumpemproletarios. La familia tiene una pequeña hortaliza, edificios menores para los animales que crían, un apiario, y sobre todo, una organización digna de encomio. Cada una de las niñitas de la casa, que me recibieron con una seguridad y naturalidad que superaba en mucho el normal desenfado y franqueza en el trato en España, tenía asignada una tarea constante, como atender los conejos, recoger los huevos de las gallinas, y además una tarea cultural: un trozo de lectura, los deberes de la escuela, bordados”.

La mayor parte de la vida se hacía en el exterior, salvo cuando la climatología lo impedía. Las labores de lavado de la ropa, cocinado, costura, etc. se ejecutaban al aire libre. Se disponía de mesas,  lebrillos, cestas, cántaros y demás infraestructura para estas funciones. El asentamiento se realizaba, generalmente en las proximidades de algún punto de agua, pozo, manantial o arroyo. Ello permitía una fácil disponibilidad de este recurso básico y en el mejor de los casos, la posibilidad de mantener un pequeño huerto de autoabastecimiento. La caza, era un recurso alimenticio de inestimable valor, aunque se consideraba furtiva, ya que tanto antes como ahora, el recurso cinegético era de propiedad privada. Cuando no se podía acceder a piezas de valor para la propiedad, como liebres o perdices, se aprovechaban otros animales menores como pajaritos, lagartos e incluso erizos, que se capturaban con un sinfín de métodos y artilugios, hoy prohibidos. La recolección de frutos silvestres representaba también una cierta ayuda; espárragos, collejas, tagarninas, vinagreras, setas, aceitunas, bellotas, etc. suponían un complemento en la carente dieta de estas personas. Algunos pastores podían gozar del privilegio de disponer de algún número de borregos para su consumo, si así se lo permitían o acordaba con los amos, e incluso de introducir algunas cabezas propias “hato y piara”, a cambio del cuidado del rebaño del propietario [5].

La convivencia con los animales domésticos era muy directa. Eran tan necesarios, que no importaba la molestia de lo que hoy consideramos malos olores. Cuadras, establos y gallineros coexistían en proximidad con las viviendas de uso doméstico. Se solía disponer, según las distintas posibilidades de un amplio abanico de animales menores, desde gallinas a pavos, conejos, palomas y abejas, que proporcionaban huevos, carne y miel. Entre los de mayor tamaño, cabras, ovejas, vacas o cerdos, permitían obtener leche, carne, embutidos y lana, si el nivel económico se lo podía permitir.


Choza en Monte Alto (La Carlota). Cortesía del Archivo Municipal de La Carlota.

La figura del burro es ciertamente inseparable de este mundo rural, su resistencia y rusticidad hizo de este animal, una de las herramientas de trabajo y transporte más utilizadas por las gentes de campo. También se solía disponer de perros y gatos, estos últimos muy necesarios para controlar los roedores que podían frecuentar los chozos. Distintas raras autóctonas de perros eran mantenidas para diversos usos. Así, los mastines defendían las majadas del ataque de lobos, los perros de agua o turcos acompañaban y dirigían los rebaños, distintos tipos de podencos se utilizaban para la cacería, y los rateros junto a gatos para mantener controlados los roedores.

[1] RAMÓN, José A. y RAMÍREZ, Juán (2001). Bombos, cucos, cubillos y chozos. Construcciones rurales albaceteñas. Ed. Diputación de Albacete. 74 pp.
[2] Ver HERNÁNDEZ LEÓN, Elodia (2004). Arquitectura auxiliar. En: Proyecto Andalucía, Antropología vernácula. Coordinador Rodríguez Iglesias, Francisco. Junta de Andalucía.
[3] (JIMÉNEZ HERNÁNDEZ, 1995)
[4] HASLER, J. A. (1966). Sistemática y ergología del chozo en Extremadura. Revista de Estudios Extremeños XXII, Sep.-Dic, Badajoz, pag. 389-402.
[5] RIVERA MATEOS, Manuel (1993). Explotación agraria y ocupación del espacio productivo en Sierra Morena. Servicio de Publicaciones de la Universidad de Córdoba. Estudios de Geografía. Facultad de Filosofía y Letras. 135 pp.


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